Risas.
Transcurría uno de los tantos recreos de mi último año de secundaria.
Alrededor, el jolgorio juvenil. Pocas cosas importan demasiado en esa etapa, donde
un fino hilo separa la vida del adolescente despreocupado con la del joven que
comienza a tener responsabilidades. “Es
como si me hubiesen quitado el alma”, exclamé gentilmente las veces que se
me acercaron, amable y respetuosamente, a consultar mis pareceres acerca de lo
sucedido el día anterior. Yo me encontraba reposado sobre una columna,
observando pero sin observar lo que pasaba en el patio de la escuela. No
recuerdo demasiadas cosas de ese día, pero mi comentario era real; nunca sentí
tan poca motivación en la vida. Ese último año en la escuela no fue lo que
deseaba cuando era chico. Muchos asuntos personales impidieron que recuerde con
nostalgia aquellos días. Pero esa mañana invernal de junio fui a la escuela con
una angustia recorriendo todo mi cuerpo. Desperté, me cambié rápidamente, tomé
mi carpeta y empecé a pedalear en mi bicicleta las 6, 7 cuadras que separan mi
casa del colegio. Al mediodía estaba arrepentido. Sí, me ahorré una
inasistencia (vaya si sufriría por las dichosas inasistencias unos meses
después, ya en diciembre). Pero ese día mi alma estaba rota en mil pedazos. La
noche anterior, pasadas las once, Belgrano
había vencido 2-0 a River en Córdoba. Partido de ida de la Promoción.
Todavía faltaba el partido de vuelta, en Buenos Aires. Pero por más esperanza
que uno cosechara, el resultado era doloroso.
Luego
del incidente del gas pimienta ocurrido en cancha de Boca, me pregunté una
cosa: ¿qué haría yo si fuese hincha de Boca al presenciar ese vergonzante
suceso? Supuse que el malestar sería el mismo que el que sentí siendo de River.
No recordé que unos años antes, en una situación insólita pero repudiable, ocurrió
algo similar.
Iban
casi 7 minutos del segundo tiempo. Paulo Ferrari recuperó la pelota sobre la
derecha y empezó a correr. De repente el juego se detuvo. Había sucedido.
¿Cuántos eran? Los tan famosos “inadaptados
de siempre”, con una impunidad que asusta, ingresaron al campo del estadio
Mario Alberto Kempes a amenazar y empujar a los propios futbolistas de River.
Era un puñado de hinchas que se encontraba en la tribuna del visitante.
Adalberto Román, Carlos Arano y Matías Almeyda fueron los máximos involucrados
de aquella escena desoladora. Fue en ese mismo instante donde se me quebró la
voz. Protestando frente a la televisión, como miles de hinchas en todo el país.
Indignado por lo que veía. Preocupado. Y con una angustia que desbordaba mi
cuerpo. No me acuerdo lo que grité. Creo que deseé algunas muertes, no la de
estos imbéciles que habían cometido ese atropello al espectáculo deportivo,
sino la de aquellos que permitieron que, el club del que decidí ser hincha sin
razón alguna más que mi propio deseo, estuviese en esa situación. No me importó
el desarrollo del compromiso en sus posteriores minutos. No cambió nada. Esa
noche fue de terror. Y mi testimonio más real que nunca. Me habían quitado el alma.
Tal como Bart Simpson en aquel capítulo donde su amigo Milhouse le hace creer
que fue desposeído de su alma. De esa manera me encontré esa mañana y durante
varias horas más de esa y de siguientes semanas.
Nunca entendí esa costumbre de capturar en imágenes momentos de la vida, situaciones, quizás hechos efímeros y de poca importancia. Debo ser bastante joven para entenderlo. En otras épocas intuyo que esas cosas simplemente se depositaban en la retina en forma permanente, porque no existía otra posibilidad, con la distorsión de los recuerdos que eso puede suscitar. Sin embargo, en estos años de tanta tecnología, resulta casi imposible no registrar una situación dada. Si es un espectáculo futbolístico, menos. Y si estamos hablando de un partido de fútbol en Argentina, ni hablar. De esos intensos días de mayo y junio del 2011 debe haber infinidad de material dando vuelta. Evité ver videos de esos partidos al menos por voluntad propia. Lo hecho, hecho está. Tampoco termino recordando con exactitud lo que hice esa semana fatídica. El sábado 18 de junio fue que River perdió de local ante Lanús y quedó echado a su suerte. Fue una semana completa que terminó el domingo 26 de junio, con el descenso de River consumado.
Todavía
hoy uso la computadora en forma diaria, como la vía de entretenimiento más
eficaz y también como herramienta de acceso a información deportiva y
futbolística. Pero esa semana rompí récords mundiales. Fueron horas y más horas
sentado leyendo lo único que quería leer, comentarios de los distintos foros de
opinión de River en la web. TuRiver y
La Página Millonaria, las páginas en
cuestión, eran mi refugio. En la actualidad sigo teniendo noches largas de
insomnio frente a la pantalla, pero esos días no me importaba siquiera el tener
que ir a la escuela a las 7 de la mañana. No puedo decir que haya ido sin
dormir, pero sí que de repente mis horarios de sueño eran una ensalada rusa.
Era el precio, el daño que me hacía a mí mismo por la situación que me tocaba
como hincha. Horas de análisis, de especulación, que al fin y al cabo no
sirvieron para nada.
El
arduo año vivido en el infierno del Nacional B fue una experiencia que no
aconsejo, pero que tampoco me arrepiento de vivirla. Un año futbolístico lleno
de vaivenes, de baches, de recuperación, de sentimientos encontrados. Fue un
año caótico, pero con la esperanza de que las cosas podían cambiar. Aún con las
dagas al corazón que el River de Almeyda lanzaba en partidos traumáticos, como
la primera caída en la divisional, ante Aldosivi de Mar del Plata (1-2), o la
insólita derrota ante Boca Unidos en Corrientes (0-1), habiendo sido
ampliamente superior al rival pero cayendo en la última jugada. El día después,
el otro Boca, el rival de toda la vida, salía campeón del fútbol argentino. “Lo que no te mata, te hace más fuerte”.
Había que estar de este lado aquellos días. No era fácil. Pero tendría su
recompensa.
Pobre
puerta. Ella no erró el penal. Tampoco fue ella la que marcó mal en esa falta
que derivó en el 1-0 de Patronato en la cancha de Colón de Santa Fe. Después de
más de 300 días de competencia en la segunda división del fútbol argentino,
River estaba a un triunfo de volver a Primera División. Pero no fue ese día.
Ese 16 de junio, al entretiempo, con el partido a cuestas y un resultado que
invitaba a la desilusión, me levanté a buscar algo a mi habitación y me
descargué con lo primero que encontré. Golpe de puño a esa inerte puerta, que
hizo que me ligara un reto. Es que no se podía entender. Al finalizar el
encuentro, volví a llorar. Como un chico. Como cuando era chico, en realidad.
¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué el destino se ensañaba con el club que
tanto quiero? ¿Qué tengo que hacer para evitar esos tragos amargos? El fútbol
se estaba volviendo en mi peor pesadilla. Al igual que un año atrás, esos días
fueron de especulación máxima. Mientras en Boca se hacía alusión a una posible “triple corona” (campeonato, Copa
Libertadores y Copa Argentina) y San Lorenzo pasaba los mismos penares que el
conjunto millonario en su momento, en River había muchas dudas. No había
opción: se ascendía o se ascendía.
El
sábado 23 de junio del 2012 fue el primer día del resto de mi vida. La metáfora
de la mochila pesada tenía su justificado uso. Al acabar el trayecto de River
por el Nacional B sentí que volvían hacia mí cosas que pensé que había perdido:
el amor por el fútbol, la alegría de sentarme a ver al equipo que más quiero,
el seguimiento del torneo argentino en su totalidad… Claro, a pesar de que la
primera reacción después del 26-J fue un rechazo profundo hacia todo lo que no
era River, con el correr del tiempo aprendí a convivir con eso. Y ese día sentí
que podía volver a hablar de fútbol. Otra metáfora aparecía en la boca de todo
un pueblo con banda cruzada: resurrección.
Esa palabra con el tiempo cobraría su real dimensión. Tras 363 días de batalla
en una categoría ajena históricamente, River volvía a la Primera División del
fútbol argentino. Algunos decidieron celebrarlo a lo grande, otros lo sentimos
como un alivio inexplicable y otros, los de siempre, pensaron que era oportuno
criticar arbitrajes, modos, formas, y hasta se sintieron dueños de algo tan
natural y espontáneo como la manera de festejar un logro deportivo.
Como se dio todo junto en un año un descenso que empezó hace mucho tiempo y que no se pudo evitar teniendo a gente que fue chorra(Aguilar) e incapaz( pasarella y jota jota) y muchas cosas más cuando vi que entraron a la cancha en Alberdi te corrijo esos inadaptados sentí la total dimensión de que nos íbamos a ir que ya era un milagro que nos quedemos en primera y no sucedió el milagro , y estar en la b fue algo diferente fue una revolución llenando todas las canchas alentando yo desde la tv como millones de hinchas y la verdad que el ascenso fue de película siempre estando arriba pasamos nuestro primer partido con chaca 1-0 , a que vuelvan los visitantes gracias a river, jugar en otras canchas de local sin publico 2 veces , perder nuestro primer partido con aldosivi 1-2 , que equipos se muden a otras canchas para hacer mayor recaudación , el partido perdido con boca unidos 0-1 y que boca salga campeón al día siguiente , ganar un partido bisagra con instituto q estaba a 4 pts 1-0 en el monumental, jugando también la copa argentina que nos quedamos a un paso de la final con boca, el alivio sobre el final con boca unidos 2-1, la desazón contra patronato errando el choto un penal sobre el final 0-1, boca peleando la triple corona, la mano de chacarita en Rosario, y el partido final frente a alm brown de un bostero que se habló por todos los programas como es giunta , se sufrió el primer tiempo , pero ya el segundo ya volvía el alma al cuerpo con el gol de trezeguet , penal y más nervios y lo errra David, pero a los pocos minutos lo liquida y river vuelve a primera se dio todo en 363 días también rescatar a ese equipo al cavegol al chori a David a ponzio a Sánchez a Vega a maidana a los pibes a almeyda a todos al hincha que acompañó en el peor momento que lo mejor ya iba a llegar
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